martes, 7 de agosto de 2007

Nico

Su nombre es Nico, vamos que se llama Nicolás, pero todos sus amigos, en una mezcla de cariño y más que nada pereza lingüística, le dicen Nico. Así, a secas. Pues bien, Nico viste a la moda: traje de modisto, corbata de seda, calzado italiano y loción freca con notas de madera y toques cítricos. Con sus lentes oscuros, y los ojos clavados en el asfalto, Nico, rara vez vuelve su mirada cuando a bordo de su TT coupé –tapicería de cuero, color plata cromo–, cruza la ciudad. No es petulancia, ni esnobismo. Es clase. Y Nico la tiene. Es así. Nació así. ¿Cómo explicar? Eso se trae. Se tiene en la sangre. Muchos que no lo conocen, le reprochan eso. Lo califican de altivo. Como si la altivez tuviera algo que ver con la elegancia.Pero más allá de eso, en su círculo, Nico es jovial. Sobre todo con las mujeres. Y a ella les encanta. Les gusta su mirada profunda. Su sonrisa franca. Su piel bronceada que lo hace verse tan poco de aquí, tan mucho de allá, de mares lejanos, de sabor a coco y especies calientes. Su cuerpo de figurín de revista. Su pelo díscolo e inquieto. Y su muñeca izquierda donde cabalga un soberbio reloj suizo. Sobre todo su reloj, claro. A ellas les encanta su reloj. La esquisitez y el buen gusto que transmite. Su distinción. No hay afrodisíaco alguno como el poder. Como a todos, a Nico le gusta la fiesta. Combina con el alcohol. No cualquiera, por supuesto. Champagne de preferencia. Algo moderado. Burbujeante, ligero y afrutado al paladar. Que no haga perder la razón. Que no duela si se le ocurre subirse al día siguiente en su jet y amanecer en Marrakech, en Malta, en Creta. Con la rubia esa que le coquetea desde lejos y que deja adivinar que lo único que usará para dormir esta noche es su collar de Baccarat.Nico ama la tele. Por las mañanas, antes de salir se queda embobado viéndola. Sin perder cuadro. Como un niño. Se cree todo lo que los avisos venden. Cuando ya se le hace tarde, la apaga, refunfuñando. Deja ordenado el mando a distancia. Se mete un poco enfadado al baño y se mira en el espejo: la calvicie abriéndose paso entre unas mechas ralas, sus ojos hundidos, sus orejas muy pequeñas para su gusto, su vientre abultado y velludo, su color pálido tan poco saludable, tan poco atractivo. Hoy como ayer, como hace 10-15 años, como una vida, se siente tan desdichado, tan poco él, tan poco ese hombre que piensa ser. Por eso odia el espejo. Por eso. No encuentra la hora en que vuelva a sentarse frente a la tele. O por lo menos toparse con una valla de carretera. Cuestión de que le recuerden cómo es su verdadero yo. Ese que viaja en un Audi TT coupé. Nada más.

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