Los domingos no son para vivir
traen todos en la cara
la expresión deleznable
de aquel vendedor de alegrías fugaces.
De esas de un toque y vuelas
y claro no te advierten que luego
viene la interminable goma del lunes
Ya los conoces tú esos ofrecimientos fantásticos
de aire salobre de mar, de campos inmensos de lavanda
de horas a la sombra de sequoias gigantes
y conoces también, para tu infortunio,
su apremiante tiempo de caducidad
la angustia de la promesa que se marchita
el momento en el que tienes que reconocer
que no hay peor ilusión que aquella que se hace vieja
Y la vejez del domingo es la peor,
la más detestable de todas las vejeces
halitosas que conozco
No importa cómo venga ni cómo se vaya
si halando carretas de fuego
o con un paraguas roto
si llorando escarcha
o sacudiéndose la hojarasca
nunca le tomé el gusto
siempre me supo a plástico de cuaderno
a amenazante timbre de escuela.
domingo, 2 de septiembre de 2007
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