sábado, 7 de mayo de 2011

La última ciudad del mundo

A esta ciudad tan poco santa, tan poco salvadora
Vivo en una gran ciudad
y no es poco decir
Uno se traba, cada mañana
en la solapa de los trajes
combinados con estridentes corbatas
titulares de notable violencia
y sale a las calles
a saludar a distinguidas personas
con muecas de pobre mono
apenas pasado por agua
oloroso
atribulado y triste

Vivo en una gran ciudad
y no es poco decir
Uno va y pregunta
con entrañable inocencia
¿dónde quedó tu noble corazón de manteca?
y nadie responde
Corre el día
por terribles frontispicios
que adornan sus muertos
todas las horas
con insaciables moscas
puntuales y famélicas

Vivo en una gran ciudad
y no es poco decir
Uno ve crecer frágiles años
entre los que rondan
taimados gatos asesinos
desbaratando con uñas de acero
y groseras lenguas violáceas
minúsculas ilusiones
que como niños elevamos
en brazos de precarios barriletes
fabricados con infinita ternura
en vetustos papeles macilentos

Entonces uno se dice
que debería de irse
Empacar su pequeño huerto
e irse

Hasta que uno se da cuenta
que por inmensa
le han crecido a esta urbe
enormes manos lelas
saltones ojos afectados de ictericia
infames calvicies seborreicas
que han tapiado las salidas
Y ya no quedan
en este delirio de grandeza
nada que nos pueda salvar
Ni la sentida humedad de los teatros
Ni la solemne hermandad de los parques
Mucho menos
La inveterada soledad de las bibliotecas
públicas

Solo quedamos nosotros
Nosotros
cada vez más muertos
Ilustres mendigos
sin tan siquiera el soporte de las aceras
desahuciados
en esta ciudad de bruñidos superlativos
que por ser la más violenta
es, sin lugar a dudas,
también
la más triste del mundo.

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