viernes, 11 de julio de 2008

Canción para la muerte de mi ayer

Entra en las profundidades de esta tierra
Descalza, sigilosa, atenta
y escucha mi grave silencio de alabastro
Mírame
soy un hombre y vengo del pasado
Herido, errante, contrahecho
Malogrado vengo
Sin reposo
Fúrico, a veces, contra la sádica sonrisa de la ofensa
Embadurnado en el viscoso castigo del recuerdo.

Mi corazón se esconde
huraño
es triste y alargado
El aguijón ardiente de la traición
lo volvió cenceño, debilucho, fino
Y al batir,
sus cuerdas suaves, rumorosas y huidizas
se escapan al viento
entre los tilos, de los cuatro majestuosos libros
de la Bibliothèque Nationale

Estoy alejado
perdiendo la cabeza en el constante cambio de las estaciones
Hablo solo
A veces veo
un gato negro
un espectro
un caballero con curiosísimo bombín
una manzana
verde, en una escarchada tarde frente al mar

La solemne grandeza de mi soledad
no tiene máculas, fisuras, desgarros
Soy un terco enano individual
Escarbo agujeros oscuros y profundos
entre las nubes abstractas de la noche inmensa
Y me escondo como un bandido
asustado, que se cobija entre sombras luminosas

Entra, pasa y quédate
aquí, serena, firme, paciente
para que compartas la guarida del fugitivo,
y me des una mano
la mano necesaria de la floración
que encienda de nuevo el pebetero
sagrado, que yace sepultado entre el hollín de mi pecho

Ven, siéntate y acomódate
entre esta locura que te observa
con ojos de curioso cervatillo
No temas al laberinto
ni a sus miles de pasillos
donde mora la silueta de Asterión
No temas al clamor del rayo
que se apacigua ya
ni a las nudosas y tenebrosas
garras de los árboles
que arañan y hacen rechinar
los techos del viento
Es solo ayer
terriblemente desdichado ayer
que suelta su último espasmo
antes de caer vencido

1 comentario:

Ixchel dijo...

Este es el mejor.